Revista Domingo
Paraíso degradado
Domingo, 2 de Abril de 2006
Por Ileana Delgado Castro
idelgado@elnuevodia.com
Hubo una época en que la ribera sur de la Laguna San José se utilizaba como una especie de balneario donde los puertorriqueños acudían para disfrutar de baños de agua salobre. Y el Caño Martín Peña, que conectaba la laguna con la Bahía de San Juan, era el lugar perfecto para un día de pesca. O, simplemente, para pasear y admirar la rica vida silvestre -rodeado de icacos, manglares y con gran abundancia de peces.
Ése es el recuerdo que tienen algunos, antes de que se comenzaran a rellenar humedales en las márgenes del Caño -a partir de la década de 1920-, cuando miles de familias campesinas comenzaron a emigrar hacia San Juan en busca de nuevas oportunidades.
Y el hermoso paraíso natural se fue convirtiendo, a lo largo de los años, en “un gran pozo séptico”, señala Félix Aponte, profesor de la Escuela Graduada de Planificación de la Universidad de Puerto Rico que ha investigado la situación de salud pública y ambiental de toda la zona.
Esas condiciones que se dan alrededor del Caño Martín Peña -de contaminación y degradación del ambiente- afectan directamente la salud de los cerca de 30,000 residentes de todas las comunidades que lo rodean. Desde Barrio Obrero (Oeste y San Ciprián), Barrio Obrero-Marina, Buena Vista-Santurce, Penísula de Cantera, Parada 27, Las Monjas y Buena Vista-Hato Rey, hasta la barriada de Israel-Bitumul.
“Lo que queda de lo que fue el cauce del Caño está seriamente contaminado con bacterias de origen fecal. Y la presencia de esas bacterias, aunque no necesariamente causen condiciones de salud, es el indicador ambiental de otros patógenos”, señala Aponte, al exponer su preocupación por el suplido de agua potable que discurre por tuberías que están sobre o inmediatamente debajo del suelo “saturado de esas aguas cuya calidad está comprometida”.
“En la medida en que las tuberías del sistema de distribución de agua potable no tengan, por un lado, la condición física y estructural para estar aisladas y, por el otro, la presión suficiente como para poder prevenir la entrada de agua contaminada, el peligro está latente”, explica Aponte.
De hecho, según el investigador hay una troncal de agua potable que pasa debajo del lecho del Caño y que también les da servicio a ciertas porciones de Santurce. Esas tuberías, sostiene Aponte, que son muy viejas y discurren por un medio que está contaminado, no han tenido mantenimiento preventivo y están en muy malas condiciones. “No estamos diciendo que el agua esté contaminada. Pero, ciertamente, está en un ambiente que, potencialmente, se puede contaminar”.
Con las aguas sanitarias, el problema es aún más complicado, enfatiza Aponte, especialmente para la gente que vive más cerca al Caño. “Cada vez que se produce un evento de lluvia significativo, el nivel del agua sube y llega hasta las casas. Así que los residentes entran en contacto con estas aguas usadas. A esto se añade que hay muchos residuos sólidos que ganan acceso al Caño, ya sea porque los mismos vecinos tiran desperdicios allí o por personas de otras regiones que, al saber que el área está degradada, llevan su basura allí”, indica Aponte.
Ambiente insalubre
“Hay basura por todos lados, excrementos, chatarra...”, afirma la Dra. Patricia Cano, directora del programa de Higienización del Ambiente Físico Inmediato (HAFI), del Departamento de Salud. Es un panorama desolador, añade la salubrista, quien destaca que son condiciones sanitarias extremas, donde permea el mal olor, ratas que “parecen conejos”, aguas negras, sabandijas, mosquitos y cucarachas -las condiciones ideales para epidemias, brotes e infecciones.
“Los niños juegan en ese ambiente contaminado y están expuestos a todo eso. Y algunas personas padecen de problemas respiratorios que no sabemos a largo plazo en qué van a desencadenar”, dice la Dra. Cano.
Ése es el diario vivir de Yasiris Lebrón, una madre de 44 años con tres hijas -de 16, 20 y 22 años-, que vive en Barrio Obrero “de la 13 abajo”. Según cuenta, dos de sus hijas son asmáticas y ella se lo achaca al ambiente de basura y escombros que las rodea.
“Cuando llueve, las alcantarillas se desbordan y la peste y los mosquitos son insoportables”, dice Lebrón, pero alega que la mayor parte de la basura que hay por los alrededores es de personas que no son de la comunidad, que llegan allí “con camiones llenos”.
“Antes venían todos los meses a fumigar y eso ayudaba a eliminar las sabandijas. Pero hace tiempo que no vienen”, agrega Lebrón, quien dice estar “loca por salir” y espera porque se terminen los trámites de reubicación.
Otro problema relacionado con la basura es que hay muchas áreas adonde es imposible llegar con el servicio de recogido de basura, lo que obliga a sus residentes a botarla en su ambiente inmediato.
“La Autoridad de Desperdicios Sólidos no puede entrar con sus camiones porque las calles son muy estrechas y no tienen acceso”, dice la Dra. Cano, aunque destaca que hay unos zafacones ubicados en áreas donde los camiones sí pueden llegar. Lo que pasa, agrega, es que se trata de un problema crónico y “son hábitos muy difíciles de eliminar”.
El otro problema de salud pública, destaca Aponte, tiene que ver con la salud emocional y mental que, a su vez, se expresa en una alta incidencia de dependencia de drogas y alcohol. Además de que tampoco se menciona o se estudia “una gran población de indocumentados” que varía, pero que también tiene los mismos problemas de salud y ambientales.
“Ciertamente, como pasa con el resto de la sociedad puertorriqueña, es un área de preocupación porque es un problema fundamentalmente de salud pública. Lo vemos por el lado social de la criminalidad, pero la realidad es que hay muchos jóvenes que tienen dependencia a las drogas y al alcohol o están expuestos a estos problemas. Además de otros factores asociados, como prostitución, VIH, etc.”, agrega Aponte.
De hecho, la drogadicción, la deserción escolar y el embarazo en adolescentes son problemas con los que se tiene que trabajar en estas comunidades, afirma el Dr. Pedro Zayas, médico de familia que por más de 20 años ha tenido su consulta -Centro Médico Familiar del Barrio- en el área de Barrio Obrero.
“El problema es que hay muchachos de 12 y 13 años que ya están metidos en la droga. Ven a los tiradores de droga con dinero y buenos carros, y ésos son sus ídolos”, agrega el Dr. Zayas, pero destaca que los problemas de salud en el área son “más o menos los mismos que los del resto de Puerto Rico”.
“Las enfermedades de aquí son las normales. Por ejemplo, como los niños van a las mismas escuelas, cuando hay un brote de diarrea o de conjuntivitis, todos se afectan”, afirma el Dr. Zayas, aunque está de acuerdo en que hay comunidades -las más cercanas al Caño- donde hay mucha contaminación. Por eso es que, por épocas, hay muchos problemas de la piel, al igual que son comunes los catarros y las infecciones.
Remedios que no sanan
“Uno no percibe que se ha hecho suficiente. El gobierno municipal tiene su clínica y el Departamento de Salud hace lo que puede. Pero visto en conjunto no parece mucho”, dice Aponte, respecto a lo que se ha estado haciendo en las comunidades del Caño. Sobre todo, porque la asistencia que se da es remediativa, mientras que en la parte ambiental se ha hecho muy poco. “Por eso acostumbramos a decir que el país le ha dado la espalda a esta zona”.
“Hay un recuerdo de ellos cuando los políticos se acuerdan de que son electores. Van allá y prometen. Pero en términos de sociedad, de entender y atender estos problemas, hasta el Proyecto Enlace, no había una respuesta gubernamental estructurada”, dice Aponte.
Pero hace falta que el Departamento de Salud haga un estudio epidemiológico “para establecer las condiciones -tanto ambientales como sociales- que permitan hacer una intervención salubrista”, destaca Aponte.
Por eso es tan importante la participación ciudadana en todo este proceso, indica la Dra. Cano. “Yo puedo llegar y limpiar, pero si siguen botando basura de qué sirve. Hay que entrar a la comunidad y ayudarlos a erradicar esos hábitos, además de buscar la forma de que tengan un recogido de basura efectivo”. De hecho, indica que en HAFI tienen un compromiso con las comunidades especiales para ofrecerles apoyo técnico, educativo y tratamiento químico a vectores de importancia que afecten la salud pública.
“La comunidad no nos puede ver como los únicos que podemos solucionarles sus problemas de salud pública. También deben entender que cuando la comunidad participa activamente, se va a traducir en una mejor salud, tanto humana como ambiental”, afirma la Dra. Cano, a la vez que enfatiza en que se promueva la participación social para desarrollar una cultura de prevención que fortalezca la autogestión en la comunidades.
El Nuevo Día
viernes, 18 de mayo de 2007
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